Si se espolvoreara cada metro cuadrado de tierra con un solo gramo de cobalto-60, la radiación gamma producida bastaría para acabar con la raza humana. Una ojiva nuclear de varias etapas envuelta en una funda de cobalto-59. A esa escala atómica, los átomos de cobalto absorberían neutrones de la fisión y la fusión, en un proceso que recibe el nombre de «salado». El salado convierte el cobalto-59, que es estable, en el isótopo inestable cobalto-60, que luego caería mansamente como una lluvia de ceniza.
Poco después de Hiroshima y Nagasaki, a finales de la década de 1940, los científicos norteamericanos estaban embarcados en encontrar un diseño adecuado para un «súper». Las nuevas armas atómicas que habían horrorizado al mundo palidecían ante estos nuevos súper, unos dispositivos de etapas múltiples mil veces más potentes que las bombas atómicas normales. Los súper utilizaban uranio y plutonio para provocar la ignición de un proceso de fusión, al estilo del que tiene lugar en el interior de las estrellas, en hidrógeno líquido extrapesado, un complicado proceso al que nunca se hubiera logrado llegar sin el, por aquel entonces, incipiente campo de la computación digital.

El Dr. Strangelove en un fotograma de la película ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú.
El Dr. Strangelove en un fotograma de la película ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú.
Tras el gran esfuerzo empleado en encontrar un diseño adecuado para un súper, los científicos dieron con uno perfecto en 1952. La destrucción total del atolón Eniwetok en el océano Pacífico durante una prueba de un súper ese mismo año demostró una vez más la brutal brillantez del método de Monte Carlo, desarrollado poco tiempo antes y apoyado ahora en los primeros ordenadores. Estas nuevas superbombas eran más destructivas de lo que alguien en aquel momento podría imaginar, sin embargo, los científicos de la bomba ya tenían en marcha otra cosa todavía peor.

Las bombas atómicas pueden matar de dos formas. A un loco que se conformara con matar a un montón de personas y derribar edificios le bastaría con una bomba convencional de una etapa. Es más fácil de construir y el grandioso destello de la explosión satisfaría su necesidad de espectáculo, igual que los efectos posteriores, como los tornados espontáneos o las siluetas de las víctimas estampados en las paredes de ladrillo. Pero si el loco tiene paciencia y quiere hacer algo realmente dañino, si quisiera orinar en cada pozo y sembrar de sal cada suelo, lo que hará será detonar una bomba sucia de cobalto-60.
Mientras que las bombas nucleares convencionales matan con el calor, las bombas sucias matan con la radiación gamma. Los malignos rayos gamma son el resultado de eventos nucleares frenéticos y además de quemar a la gente de una manera horrible, llegan a la médula ósea y embarullan los cromosomas de los leucocitos. Estas células de la sangre pueden morir enseguida, volverse cancerosas, o pueden crecer desmesuradamente y, como los humanos con gigantismo, acabar deformes e incapaces de luchar contra las infecciones. Todas las bombas nucleares liberan algo de radiación, pero en las bombas sucias el objetivo es precisamente generar radiación.


Cobalt-60 / Cobalto-60 / 60Co
Placa de un contenedor de isotopo radiactivo Cobalto-60.

Uno de los muchos refugiados europeos que trabajó en el proyecto Manhattan, Leo Szilard (el físico que, muy a su pesar, concibió la idea de una reacción nuclear autosustentada en 1933), calculó en 1950, cuando ya era un hombre más serio y sabio, que si se espolvoreara cada metro cuadrado de tierra con un solo gramo de cobalto-60, la radiación gamma producida bastaría para acabar con la raza humana. Su dispositivo estaba formado por una ojiva nuclear de varias etapas envuelta en una funda de cobalto-59. Una reacción de fisión en el plutonio provocaría una reacción de fusión en el hidrógeno destruyendo así la funda de cobalto y todo lo demás. Pero no antes de que ocurriera algo más a nivel atómico. A esa escala, los átomos de cobalto absorberían neutrones de la fisión y la fusión, en un proceso que recibe el nombre de «salado». El salado convierte el cobalto-59, que es estable, en el isótopo inestable cobalto-60, que luego caería mansamente como una lluvia de ceniza.

Albert Einstein y Leo Szilard, 1939.
Albert Einstein y Leo Szilard, 1939.
Hay muchos más elementos que producen rayos gamma pero el cobalto tiene algo especial. Ante la explosión de una bomba atómica convencional uno puede guarecerse un tiempo en refugios subterráneos, pues su lluvia radiactiva expulsa de golpe toda la radiación gamma y luego resulta inocua. Hiroshima y Nagasaki eran más o menos habitables a los pocos días de las explosiones de 1945. Otros elementos absorben neutrones como un alcohólico otra copa en el bar: algún día enfermarán, pero al cabo de mucho tiempo. En ese caso, tras la explosión inicial, los niveles de radiación no aumentan mucho. Las bombas de cobalto caen maliciosamente entre esos dos extremos, en uno de los raros casos en que el feliz punto medio resulta ser lo peor. Los átomos de cobalto-60 se depositarían en el suelo como minúsculas minas. Enseguida estallaría un número suficiente de esas minas para que hubiera que escapar del lugar, pero lo peor es que cinco años más tarde todavía la mitad del cobalto estaría armado. Esta constante emisión de metralla gamma hace que ante una bomba de cobalto ni se pueden esperar que pasen los efectos, ni  éstos se pueden soportar. Haría falta toda una vida humana para que se recuperase el suelo. Esto hace que las bombas de cobalto sean un arma improbable para la guerra, pues el ejército victorioso no podría ocupar el territorio. Pero un loco empeñado en arrasar la Tierra no tendría esos escrúpulos.

En su defensa, conviene puntualizar que Szilard albergaba la esperanza de que la bomba de cobalto, el primer «dispositivo apocalíptico», no llegaría a construirse jamás, y de hecho, ningún país (al menos que se sepa. Aunque empieza a haber serios rumores) lo ha intentado nunca. De hecho Szilard concibió la idea con la intención de mostrar lo insensato de la guerra nuclear, y mucha gente recibió el mensaje. En «¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú», los enemigos soviéticos tenían bombas de cobalto.

Hiroshima, tras la devastación, 6 de agosto de 1945.
Hiroshima, tras la devastación, 6 de agosto de 1945.
Antes de Szilard las bombas nucleares eran terroríficas pero no apocalípticas. Tras su modesta proposición, Szilard confiaba en que la gente se lo pensara mejor y abandonara las armas nucleares. No iba a ser así. Poco después la Unión Soviética se hizo con la bomba atómica. Los gobiernos estadounidense y soviético pronto aceptaron la poco tranquilizadora pero bien bautizada doctrina MAD o «Destrucción mutua asegurada», con la idea de que, con independencia del resultado final, en un conflicto nuclear los dos bandos salen perdiendo. Por estúpida que parezca como ética, MAD disuadió a los gobiernos de la idea de desplegar ojivas nucleares como armas tácticas. Pero las tensiones internacionales se endurecieron, hasta desembocar en la guerra fría. Actualmente hay diez países con la capacidad de detonar armas nucleares, y desde 1945, ha habido más de 2.000 explosiones en el planeta. Ninguna de una bomba de cobalto.

Extracto del recomendado libro de Sam Kean, La cuchara menguante. Ariel.

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