El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia. Jim Reid y un tesoro de 20.000 pelotas bajo el agua, Michael Larson, el hombre que "presionó su suerte" y ganó y las galletas que acertaron los números de la Powerball.
El dinero no da la felicidad, pero procura una sensación tan parecida, que necesita un especialista muy avanzado para verificar la diferencia.
Woody Allen. Actor, director y escritor estadounidense.

Un tesoro de 20.000 pelotas bajo el agua

Jim Reid (izquierda) sacando pelotas de un lago y su mujer e hijas (derecha) clasificándolas. Imagen.

En los años 80 Jim Reid vivía en Florida, donde trabajaba como inspector en el parque de atracciones de Disney World. Con los 250 dólares semanales que ganaba tenía suficiente para mantener a su familia y poder costearse clases y un equipo de buceo . Esa afición le sirvió para explorar en busca de monedas y objetos de valor. Cierto día fue invitado por un amigo a pasar una jornada  jugando al golf en un campo cercano al parque donde trabajaba. Conocedor de su afición su anfitrión le sugirió que la próxima vez que fuese se trajera su traje de buzo y probase a meterse en el estanque del campo, donde quizá encontrase alguna cosa que valiese la pena. Así lo hizo, y lo que Jim vio aquella tarde bajo la superficie del estanque le cambiaría la vida.
El fondo estaba cubierto completamente por una alfombra blanca. !Había miles de pelotas de golf!. Sacó unas cuantas y las examinó a la luz del día. La mayoría estaban como nuevas. Se las enseñó entonces al administrador del campo de golf, quien le ofreció diez centavos por cada pelota que le devolviese en perfecto estado.
Ese día sacó más de 2.000 pelotas, que representaban casi sus ingresos de una semana de trabajo. Tras consultar con Beverly, su mujer, decidió dejar su empleo y dedicarse por completo al productivo negocio del rescate de pelotas de golf o como él lo llamaba, el oro blanco. Al principio llegaba a casa con el coche cargado de pelotas y las introducía en la lavadora para limpiarlas. Beverly apoyaba a su marido pero pronto le dejó claro que no estaba dispuesta a permitir que destrozara su máquina, así que Jim tuvo que comprarse  la suya. Pero claro, el ruido que producían las pelotas en la lavadora irritaba a los vecinos, especialmente de noche, por lo que Jim los contrató para su empresa para acallar las protestas.
La noticia llegó a oídos de otros buzos que comenzaron a interesarse en esta actividad. Jim les compraba las pelotas que rescataban. Al poco tiempo, había un tráfico constante de camiones que llegaban con pelotas viejas y cubiertas de fango y se iban con un cargamento de pelotas renovadas.
Los buzos recibían ocho centavos por cada pelota. Uno de ellos, Dan Becher, demostró ser uno de los mejores en su oficio. En 1993 rescató 652.000 pelotas, consiguiendo unos beneficios de 60.000 dólares por año.
El negocio crecía y como no podía contratar a todos sus vecinos descontentos, Jim trasladó su negocio a una zona industrial.
Con el tiempo, su empresa, llamada Compañía Recicladora de Pelotas de Golf Segunda Oportunidad, recibió entre 80.000 y 100.000 pelotas al día, algunas procedentes de lugares tan lejanos como Hawai. En 1993 tuvo unos ingresos brutos de más de  1 millón de dólares.
En mayo de 1994 Jim Reid, vendió su empresa por 5,1 millones de dólares a  Sport Supply Group, una compañía de Dallas que cotiza en la bolsa de Nueva York.  A la edad de 50 años se jubiló para disfrutar de los beneficios que le había reportado su peculiar actividad, y se compró un yate al que le puso el acertado nombre de «The ball bandit». 
[Conocí esta historia leyendo el imperdible baúl de Josete, ya estás tardando en visitarlo].

El hombre que "presionó su suerte" y ganó


En 1984 el canal de televisión CBS tenía entre los programas de su parrilla un concurso de gran éxito de público llamado Press your luck. Aparentemente se trataba de un concurso donde el azar jugaba un papel fundamental y en el que la habilidad de los concursantes radicaba básicamente en saber cuando seguir jugando o cuando pasar el turno al compañero.

En uno de los programas emitidos en junio de aquel año, uno de los tres concursantes del día, un conductor de camión de helados llamado Michael Larson estaba literalmente destrozando cualquier cálculo de probabilidades que los productores hubieran hecho. Lo habitual era que los concursantes antes o después cayesen en el «Whammy» (las casillas del tablero que hacían terminar el turno del jugador) de la ruleta electrónica perdiendo así el dinero acumulado. Sin embargo Larson apretaba su pulsador, lograba un premio y continuaba jugando (en lugar de pasar el turno al compañero para librarse de un posible y demoledor «Whammy») y así una vez tas otra. El presentador, sus compañeros, y el público que estaba presente en la grabación no salían de su asombro. Simplemente era imposible tener tanta suerte. Y, efectivamente, lo era.

Larson estableció un récord al ganar 110.237$ —mucho más que cualquier concursante anterior— porque tenía un sistema. Bajo la apariencia de hombre bonachón y distraído que mostraba en el programa estaba realizando un gran esfuerzo de concentración. Meses antes se había dado cuenta de que la ruleta electrónica del concurso no se basaba ni mucho menos en el azar. Después de ver y estudiar muchos programas que había grabado en vídeo, Larson se percató de que existían cinco patrones predecibles, que memorizó en el transcurso de seis semanas, con la ayuda de un aparato de vídeo. Tuvo la suerte, eso sí, de que una de sus cartas fuese seleccionada de entre las miles que llegaban cada semana para participar en el concurso.

El programa completo de Larson tuvo que ser emitido en dos episodios debido a su interminable racha ganadora, algo que nunca había pasado ni nunca volvería a ocurrir. El esfuerzo de concentración fue monumental y en los últimos compases del concurso Larson estuvo a punto de fallar, seguramente por la fatiga acumulada. Por suerte aunque no cayó en la casilla prevista por él tampoco lo hizo en la del temido «Whammy».
Los productores inicialmente trataron de evitar pagarle. No sabían qué había hecho pero estaban seguros de que había hecho trampa. Cuando se percataron de que había seguido un patrón de memorización inmediatamente le hicieron saber que aquello estaba considerado hacer trampa. Poco duró aquel argumento puesto que nada impedía a un concursante aprenderse el patrón y usarlo en su beneficio. Finalmente los productores cedieron, después de determinar que, efectivamente, las reglas oficiales del juego no impedían a un jugador averiguar y usar los patrones de juego. De hecho, más tarde, un documental reveló que los productores conocían esa debilidad del juego (sólo tenía cinco patrones y sin ninguna aleatoriedad), pero la ignoraron hasta la famosa actuación de Larson. Además, a fin de conseguir tiradas, Larson tuvo que responder preguntas, que dependían puramente de sus conocimientos.

Tras los programas originales Larson que se emitieron en junio de 1984, los productores de Press your luck, modificaron el panel para no repetir aquella experiencia. La tecnología de la época no permitía grandes cosas, pero sí introdujeron nuevos patrones en el programa informático que controlaba el panel, lo cual hacía que repetir el truco de la memorización resultase prácticamente imposible.

¿Y qué fue de Larson tras el concurso? Su vida fue de mal en peor. El concursante que había asombrado a la nación con su astucia y que había ganado el premio más cuantioso en la historia de la televisión, terminó demostrando no ser tan astuto cuando salió una noche con su mujer dejando ocultos en la casa cuarenta mil dólares. Se mire como se mire: una mala idea. Cuando volvió el dinero ya no estaba. Pronto había gastado todo el dinero lo que le había llevado a meterse en un negocio ilegal de venta de loterías. Huyó del FBI pasando el resto de sus días prófugo de la justicia y en la completa ruina. Murió de cáncer en 1999. [Fuente] [Lectura recomendada para saber más: jotdown].

La galleta de la suerte que adivinó el número de lotería

Imagen.

La Powerball es un juego de lotería estadounidense similar a la Primitiva española en el que cada viernes resulta ganadora una combinación de seis números entre el 1 y el 59 (muy de actualidad esta semana, por cierto). El sorteo Powerball del 30 de marzo 2005 arrojó nada menos que 110 ganadores del segundo premio, algo que desafiaba cualquier cálculo estadístico y que los organizadores, simplemente, consideraban era imposible que sucediera. El pago total de estos ganadores fue 19,4 millones de dólares, con 89 ganadores que recibieron 100.000$ cada uno y otros 21 ganadores que recibieron 500.000$  por cabeza.

Los organizadores del MUSL (Multi-State Lottery Association) inicialmente sospecharon de un fraude o, al menos, de un error en la transmisión de la información de los ganadores. Sin embargo, todos y cada uno de los 110 ganadores, aparentemente habían jugado los números de forma legal.

Nadie se imaginaba que el motivo de tan exagerado número de ganadores estaba escondido tras unas insignificantes galletas de la fortuna fabricadas por la empresa Wonton Food Inc. de Nueva York. La fábrica había impreso los números «22, 28, 32, 33, 39, 40» en miles de galletas de la fortuna, de esas que se sirven en los restaurantes chinos estadounidenses. Para desgracia de sus empleados ninguno había jugado esos números aunque si lo habían hecho aquellas 110 personas que confiaron en el mensaje de sus galletas. Y puesto que no había nada que se pudiera considerar fuera de lo legal no se podía concluir que hubiese delito alguno en lo que había sucedido, así que a la MUSL no le quedó más remedio que efectuar los pagos.

Por cierto, si alguien se lo está preguntando, el número que falló fue el «40» de la galleta de la fortuna, que no coincidió con el «42» que salió en la Powerball. El único acertante de la combinación (que no estuvo inspirado por las galletas) se embolsó 25 millones de dólares. [Fuente]. Lo curioso es que en 2014 volvió a suceder lo mismo, aunque esta vez con solo una ganadora.


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