A finales de la década de 1970 los neoyorquinos vivían en una ciudad caótica, desordenada y salvaje. También eran años en los que sus habitantes todavía podían toparse con escenarios insólitos, dónde aún existían huecos para lo sorprendente. Años en los que los amantes de la playa de «la Gran Manzana» podían encontrarse con un inesperado regalo en la misma puerta de su casa.
Manhattan. Julio de 1983. Imagen. |
Tan solo un par de décadas antes, la antaño próspera zona del downtown de Manhattan, se encontraba en uno de los peores momentos de su historia. Se había ido reduciendo, continua y paulatinamente, a un sinfín de muelles abandonados como consecuencia directa del auge del transporte aéreo. Por suerte las soluciones no tardaron en llegar; la primera propuesta seria para darle un nuevo uso ganando esta zona al Río Hudson fue presentada a mediados de los años 60. Poco después, en 1966 el gobernador del estado de Nueva York, Nelson Rockefeller, desvelaría el proyecto definitivo que iba a transformar aquella parte de la ciudad en la nueva y flamante Battery Park City.
Las obras de ampliación tenían como finalidad principal alimentar con nuevo suelo al voraz distrito financiero, donde el metro cuadrado se cotiza a un precio más alto que los edificios que alberga. Cientos de obreros ayudados por decenas de máquinas, camiones y barcazas crearon en poco tiempo un auténtico oasis de tranquilidad, un páramo completamente vacío donde antes desembocaba el río, al que los neoyorquinos podían fácilmente acceder cruzando West Street y saltando una simple valla. Y para deleite de muchos, de un día para otro, aquel ejército constructor se había retirado silenciosamente y, aunque en aquel momento nadie lo sabía, no volvería en años.
En 1976 el relleno se dio por completado [por cierto, muchos de los muelles preexistentes fueron simplemente enterrados, y allí siguen] y los trabajos de construcción se detuvieron totalmente durante los dos años siguientes. Cuando más adelante se retomaron, el ritmo de avance fue muy lento y tan solo en parcelas determinadas.
Lo que aquellos trabajadores habían dejado atrás no era una playa, pero se le asemejaba; tan sólo las Torres Gemelas del WTC, elevándose por encima de las dunas y de sus cabezas, hacían recordar a aquellos pioneros e improvisados veraneantes que se habían atrevido a saltar la valla, que estaban tomando el sol a un minuto del mismísimo distrito financiero de Manhattan.
Durante más de una década, las 37 ha de Battery Park formadas a partir de los destierros del World Financial Center tuvieron un empleo completamente inesperado.
Las obras de ampliación tenían como finalidad principal alimentar con nuevo suelo al voraz distrito financiero, donde el metro cuadrado se cotiza a un precio más alto que los edificios que alberga. Cientos de obreros ayudados por decenas de máquinas, camiones y barcazas crearon en poco tiempo un auténtico oasis de tranquilidad, un páramo completamente vacío donde antes desembocaba el río, al que los neoyorquinos podían fácilmente acceder cruzando West Street y saltando una simple valla. Y para deleite de muchos, de un día para otro, aquel ejército constructor se había retirado silenciosamente y, aunque en aquel momento nadie lo sabía, no volvería en años.
En 1976 el relleno se dio por completado [por cierto, muchos de los muelles preexistentes fueron simplemente enterrados, y allí siguen] y los trabajos de construcción se detuvieron totalmente durante los dos años siguientes. Cuando más adelante se retomaron, el ritmo de avance fue muy lento y tan solo en parcelas determinadas.
Lo que aquellos trabajadores habían dejado atrás no era una playa, pero se le asemejaba; tan sólo las Torres Gemelas del WTC, elevándose por encima de las dunas y de sus cabezas, hacían recordar a aquellos pioneros e improvisados veraneantes que se habían atrevido a saltar la valla, que estaban tomando el sol a un minuto del mismísimo distrito financiero de Manhattan.
Durante más de una década, las 37 ha de Battery Park formadas a partir de los destierros del World Financial Center tuvieron un empleo completamente inesperado.
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En honor a la verdad hay que decir que estos «turistas de playa» eran pocos y, normalmente, distantes entre sí, dadas las dimensiones de aquel espacio. Sin embargo aquella planicie tuvo otros muchos usos además de servir de simple playa. En 1979, tras el accidente de la planta de Three Mile Island [relacionado: Liquidadores de Chernobyl], se congregaron unas 200.000 personas en una gran manifestación anti-nuclear, fue la mayor reunión de gente en EEUU desde el final de la Guerra de Vietnam.
Manhattan, 1974. Imagen. |
Pero, seguramente, su uso más popular fue el de tipo artístico: allí tuvieron lugar numerosas actuaciones, performances y exposiciones. El éxito fue tal que se creó un programa de instalaciones temporales y actuaciones específicas del sitio, llamado «arte en la playa», que atrajo visitantes a aquel vasto relleno desde 1977 hasta 1985. Quizá una de las más recordadas y curiosas fue la que llevó a cabo, en 1982, la artista y activista Agnes Denes creado un campo de trigo 2 hectáreas en el relleno a pocos metros de Wall Street y el World Trade Center. para llamar la atención sobre el despilfarro, el hambre y las preocupaciones ecológicas.
Imagen. |
El campo se preparó y mantuvo durante cuatro meses, estableciendo un sistema de riego y los cuidados necesarios para obtener una cosecha. En agosto de aquel año se recogió casi media tonelada de trigo y parte de él viajó a veintiocho ciudades de todo el mundo en una exposición llamada «Muestra Internacional de Arte para el Fin del Mundo», organizada por el Museo de Arte de Minnesota. La siembra y cosecha se produjo en una tierra que valía 4,500,000,000$, probablemente el trigo cultivado en el campo de tierra más caro de toda la historia.
Fuentes: tribecatrib, batteryparkcity, untappedcities.
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